miércoles, 13 de febrero de 2008

Comida lenta frente a comida rápida



Por Vicente LLadró
Artículo tomado de las provincias.es
El periodista italiano Carlo Petrini ha conseguido implantar su idea de Slow Food, un movimiento que fundó y que se extiende en gran parte del mundo occidental, cuyo objetivo fundamental es oponerse a la Fast Food. Es decir, comida lenta frente a comida rápida, pero Slow Food no alude solamente a la idea de comer pausadamente, sino que tiene que ver con el contenido, se entronca con el origen, con el sabor, con la calidad intrínseca y variada de la comida, la disposición a que también se vean satisfechos y remunerados los agricultores que producen lo que comemos, y encierra además toda una filosofía de vida que antepone la premisa de hacer las cosas bien, enfrentada al predominio de las prisas, del correr desesperadamente hacia ninguna parte.En una entrevista publicada la semana pasada en la revista dominical Magazine, Petrini habla de los conservantes, de los estabilizantes del gusto y demás aditivos que provienen de "una industria secreta que pasa ante nosotros como una nebulosa". Señala que, para muchas personas, comer no significa más que ingerir un mero carburante para que siga funcionando la máquina y advierte algo muy serio: "Todo el mundo se preocupa por la situación climática pero se olvida de que buena parte de los problemas medioambientales se deben a la producción intensiva de alimentos". Porque este profeta del buen comer para el buen vivir dice que sería un error pensar que la gastronomía es sólo algo lúdico, cuando forma parte de la cotidianeidad de la vida, y asegura que "la mayoría de los daños que ocasionamos al planeta tienen su origen en una alimentación basada en la abundancia y el desperdicio".Comemos con prisa y en exceso, queremos nadar en la abundancia y acabamos tirando la comida. Llenamos la nevera, se estropea lo que amontonamos en ella y ni sabemos de dónde procede lo que compramos. Sobra comida en las casas y se tiran enormes cantidades en los supermercados. En el mundo se producen alimentos para 12.000 millones de habitantes, pero somos 6.300. El resto se desaprovecha y encarece lo que se utiliza. "La ignorancia es enorme en la sociedad postindustrial -remacha Petrini- y los niños no saben nada sobre lo que comen, porque las madres y las abuelas ya no les hablan de ello y la escuela no se implica porque no forma parte de su programa". Cuenta este periodista comprometido que en Estados Unidos ya empiezan a moverse líneas contra estos males y que en ciudades como Nueva York, San Francisco y otras funcionan mercados de agricultores que ofrecen cada día lo que obtienen en sus huertos, y existe un creciente número de consumidores que lo compran, porque saben que hay frescura, calidad y compromiso con la proximidad.Porque esa es otra. Mucha moda de lo "bio" y lo "eco", pero también mucho camelo, mucho engaño del marketing de la industria moderna. Petrini predica que prefiere lo próximo, si es bueno y aunque sea convencional, que lo biológico intensivo que llega de lejos (el largo transporte contamina más) y a lo peor se ha conseguido explotando a agricultores como esclavos.Pero la perla de las perlas llega cuando Petrini niega que comer sea caro. Recuerda que en España, en los años 70, una familia destinaba a la alimentación el 33% de sus ingresos; ahora se ha bajado al 15% y en el Reino Unido es el 9%, mucho menos de lo que se destina a otros gastos prescindibles. Y proclama que "los españoles deben tener claro que por debajo de ese 15% actual es imposible encontrar una alimentación de calidad". Una estimulante cascada de ideas que debería figurar en la agenda de toda la ciudadanía, empezando por los políticos.

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