lunes, 15 de septiembre de 2008

Las Tres Crisis

Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
Vía Rebelión
No había ocurrido jamás. Por vez primera en la historia económica moderna, tres crisis de gran amplitud -financiera, energética, alimentaria- están coincidiendo, confluyendo y combinándose. Cada una de ellas interactúa sobre las demás. Agravando así, de modo exponencial, el deterioro de la economía real. Por mucho que las autoridades se esfuercen en minimizar la gravedad del momento, lo cierto es que nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud. Cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir y que detonarán con toda brutalidad en los meses venideros.
Lo peor nunca es seguro y la numerología no es una ciencia exacta, pero el año 2009 bien podría parecerse a aquel nefasto 1929...Como era de temer, la crisis financiera sigue agudizándose. A los descalabros de prestigiosos bancos estadounidenses, como Bear Stearns, Merrill Lynch y el gigante Citigroup, se ha sumado el desastre reciente de Lehman Brothers, cuarta banca de negocios que ha anunciado, el pasado 9 de junio, una pérdida de 1.700 millones de euros. Por ser su primer déficit desde su salida en Bolsa en 1994, esto ha causado el efecto de un terremoto en una América financiera ya violentamente traumatizada.
Cada día se difunden noticias sobre nuevos quebrantos en los bancos. Hasta ahora, las entidades más afectadas han reconocido pérdidas de casi 250.000 millones de euros. Y el Fondo Monetario Internacional estima que, para salir del desastre, el sistema necesitará unos 610.000 millones de euros (o sea, el equivalente de ¡dos veces el presupuesto de Francia!).
La crisis comenzó en Estados Unidos, en agosto de 2007, con la morosidad de las hipotecas de mala calidad (subprime) y se ha extendido por todo el mundo. Su capacidad de transformarse y de extenderse mediante la proliferación de complejos mecanismos financieros hace que esta crisis se asemeje a una epidemia fulminante imposible de atajar.Las entidades bancarias ya no se prestan dinero. Todas desconfían de la salud financiera de sus rivales.
A pesar de las inyecciones masivas de liquidez efectuadas por los grandes bancos centrales, nunca se había visto una sequía tan severa de dinero en los mercados. Y lo que más temen algunos ahora es una crisis sistémica, o sea que el conjunto del sistema económico mundial se colapse.De la esfera financiera la crisis se ha trasladado al conjunto de la actividad económica. De golpe, las economías de los países desarrollados se han enfriado. Europa (y en particular España) se halla en franca desaceleración, y Estados Unidos se encuentra al borde de la recesión.
Donde más se está notando la dureza de este ajuste es en el sector inmobiliario. Durante el primer trimestre de 2008, el número de ventas de viviendas en España cayó el ¡29%! Cerca de dos millones de pisos y de chalets no encuentran comprador. El precio del suelo sigue desmoronándose. Y el alza de los intereses hipotecarios y los temores de recesión hunden el sector en una espiral infernal. Con feroces efectos en todos los frentes de la enorme industria de la construcción. Todas las empresas de estas ramas se ubican ahora en el ojo del huracán. Y asisten impotentes a la destrucción de decenas de miles de empleos.De la crisis financiera hemos pasado a la crisis social. Y vuelven a surgir políticas autoritarias.
El Parlamento Europeo ha aprobado, el pasado 18 de junio, la infame "directiva retorno". Y las autoridades españolas ya han proclamado su voluntad de favorecer la salida de España de un millón de trabajadores extranjeros...En medio de esta situación de espanto se produce el tercer choque petrolero. Con un precio del barril en torno a los 140 dólares. Un aumento irracional (hace diez años, en 1998, el barril costaba menos de 10 dólares...) debido no sólo a una demanda disparatada sino, sobre todo, a la acción de muchos especuladores que apuestan por el alza continua de un carburante en vías de extinción.
Los inversores huyen de la burbuja inmobiliaria y desplazan masas colosales de dinero porque apuestan ahora por un petróleo a 200 dólares el barril. Se está así produciendo una financiarización del petróleo.Con las consecuencias que vemos: formidable subida de los precios en las gasolineras, y estallidos de ira por parte de pescadores, camioneros, agricultores, taxistas y todos los profesionales más afectados. En muchos países, mediante manifestaciones y enfrentamientos, estas profesiones reclaman a sus Gobiernos ayudas, subvenciones o reducciones de la fiscalidad.Por si todo este contexto no fuese lo bastante sombrío, la crisis alimentaria se ha agravado repentinamente y ha venido a recordarnos que el espectro del hambre sigue amenazando a casi mil millones de personas.
En unos cuarenta países, la carestía actual de los alimentos ha provocado levantamientos y revueltas populares. La Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) del pasado 5 de junio en Roma sobre la seguridad alimentaria fue incapaz de alcanzar un acuerdo para relanzar la producción alimentaria mundial. También aquí, los especuladores en fuga del desastre financiero tienen una parte de responsabilidad porque apuestan por un precio elevado de las futuras cosechas. De modo que hasta la agricultura se está financiarizando.Éste es el saldo deplorable que deja un cuarto de siglo de neoliberalismo: tres venenosas crisis entrelazadas. Va siendo hora de que los ciudadanos digan: "¡Basta!".

jueves, 11 de septiembre de 2008

Es necesario cambiar la política alimentaria ¡ya¡

GRAIN
Abril de 2008. Hace varios meses que el alza del costo de los alimentos en todo el mundo se abate sobre familias, gobiernos y medios de comunicación. El trigo aumentó su precio 130% en el último año. El del arroz se duplicó en Asia, tan sólo en los últimos tres meses, y alcanzó aumentos récord en el mercado de entregas diferidas o “de futuros” en Chicago. El aumento rampante de aceite comestible, frutas y verduras, lácteos y carne, provocó un menor consumo casi todo 2007. De Haití a Camerún pasando por Bangladesh, la gente se lanza a las calles con rabia de no poder comprar la comida que necesita. Ante el temor de agitación política algunos líderes mundiales reclaman más ayuda alimentaria, más fondos y tecnología para aumentar la producción agrícola. Los exportadores de cereales cierran sus fronteras para proteger sus mercados internos, mientras otros se ven forzados a comprar por el pánico a la escasez. ¿Auge de precios? No. ¿Escasez de alimentos? Tampoco. Es un colapso estructural, consecuencia directa de treinta años de globalización neoliberal.
En 2007, hubo en todo el mundo una producción récord de 2300 millones de toneladas de granos, un 4% más que en 2006. Desde 1961, la producción mundial de cereales se ha triplicado, mientras que la población se duplicó. Se produce suficiente cantidad de alimentos en el mundo aunque las reservas estén en el nivel más bajo de los últimos treinta años.
Sin embargo, no llegan a quienes los necesitan. Menos de la mitad de la producción mundial de granos es consumida directamente por las personas. La mayor parte es para consumo animal
y cada vez más para biocombustibles —en las inflexibles y enormes cadenas industriales. Traspasada la fría cortina de las estadísticas, algo entonces está muy mal con nuestro sistema alimentario: permitimos que los alimentos sean transformados a simple mercancía para la especulación y el regateo. Es muy obvia la ganancia de los inversionistas por encima de lo que necesita la gente.
Las realidades del mercado. Los promotores de las políticas que modelaron el actual sistema mundial alimentario —y que tendrían que ser responsables de evitar tales catástrofes— dan explicaciones sobre la crisis muy sobadas: la sequía y otros problemas que afectan las cosechas, el aumento de la demanda en China e India donde la gente parece alimentarse más y mejor, grandes cultivos y enormes tierras se destinan a los agrocombustibles. Y no hay duda que los especuladores inflan los precios. Todo esto contribuye a la actual crisis alimentaria pero no es suficiente para explicar su profundidad. Hay algo más importante detrás. Algo que une todos estos temas y que los popes del mundo de las finanzas y el desarrollo mantienen fuera de la discusión pública.
Ya no es posible ocultar que la actual crisis alimentaria resulta de tanto presionar hacia el modelo agrícola de la “Revolución Verde” desde 1960 y de la liberalización del comercio y las políticas de ajuste estructural impuestas a los países pobres por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a partir de 1970. Recetas que fueron reforzadas a mediados de los noventa por la Organización Mundial del Comercio y, en fechas más recientes, mediante un fárrago de acuerdos bilaterales de libre comercio e inversión —y que desmantelaron de modo implacable los aranceles y otros instrumentos con que los países en desarrollo protegían su producción agrícola local—, y los forzaron a abrir sus mercados y tierras a la agroindustria global, a los especuladores y a las exportaciones de alimentos subsidiados procedentes de los países ricos. En el proceso, las tierras fértiles fueron reconvertidas de producir alimentos para abastecer un mercado local, a producir bienes de consumo mundiales para exportación o cultivos fuera de temporada y/o de alto valor para los supermercados occidentales. Hoy, 70% de los llamados países en desarrollo son importadores netos de alimentos. De los 845 millones de personas con hambre en el mundo, 80% son campesinos o pequeños productores. La readecuación del crédito y de los mercados financieros para crear la enorme industria de la deuda, sin control sobre los inversionistas, extremó el problema.
La política agrícola no busca alimentar a la gente. El hambre hiere y la gente desespera. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas calcula que hay unas 100 millones de personas adicionales que ya no pueden pagar sus alimentos por la espectacular alza de precios. Los gobiernos intentan, desesperados, cómo protegerse. Los afortunados con existencias para exportar se retiran del mercado mundial para deslindar sus precios internos de los astronómicos precios internacionales. La prohibición de exportar trigo o las restricciones aplicadas en Kazajastán, Rusia, Ucrania y Argentina, significan que un tercio del mercado mundial fue clausurado. Con el arroz es aún peor. China, Indonesia, Vietnam, Egipto, India y Camboya han prohibido o restringido las exportaciones, dejando pocas fuentes de suministro para exportar. Países como Bangladesh ni siquiera pueden comprar el arroz que necesitan debido al alto precio. Después de que por años el Banco Mundial y el fmi aconsejaran a los países que un mercado liberalizado les aportaría mayor eficiencia en la producción y distribución de alimentos, los países más pobres se encuentran inmersos en una intensa puja contra especuladores y comerciantes, que gozan de una verdadera época de bonanza. Los fondos de cobertura y otras fuentes de fondos especulativos vuelcan miles de millones de dólares a las llamadas commodities, para escapar de los resbaladizos mercados de valores y la contracción del crédito. Las existencias de alimentos se alejan del alcance de los pobres.
Según algunos cálculos, los fondos de inversión controlan ahora entre 50% y 60% del trigo comercializado en los más grandes mercados mundiales. Se calcula que los montos en la especulación de las entregas diferidas de exportaciones —mercados donde no se compra o vende un artículo tangible, como arroz o trigo, sino donde sólo se le apuesta a la variación del precio— trepó de 5 mil millones de dólares en 2000 a 175 mil millones de dólares en 2007.
La situación es insostenible y nada accidental. Miren a Haití. Antes era autosuficiente en arroz. Pero las condiciones de los préstamos externos, en particular un programa del fmi de 1994, lo forzó a liberalizar su mercado. Estados Unidos inundó Haití con arroz barato, con el apoyo de subsidios y corrupción, y la producción local quedó devastada. Los precios del arroz aumentaron 50% en un año, y el haitiano medio no puede pagarlo. Ahora salen a la calle o arriesgan su vida en los viajes en bote a Estados Unidos. Las protestas por la crisis alimentaria también proliferan en África Occidental, de Mauritania a Burkina Faso. También allí los programas de ajuste estructural y el dumping de la ayuda alimentaria destruyeron una larga historia de producción regional de arroz, dejando a la gente a merced del mercado internacional. En Asia, el Banco Mundial le remachó a Filipinas que la autosuficiencia en arroz era innecesaria, que el mercado mundial se haría cargo de sus necesidades. Ahora el gobierno está en situación desesperada: las reservas nacionales de arroz subsidiado casi se agotaron, y no puede cubrir sus pagos por importaciones ya que los precios que exigen los comerciantes son demasiado altos.
El crimen de especular con el hambre. Nunca como ahora es tan obvia la cruda verdad de quién se beneficia en el sistema alimentario mundial. Tomemos el elemento más básico de la producción agrícola: el suelo. El sistema alimentario industrial promueve que los suelos sean drogadictos de fertilizantes químicos. Necesitan más y más del químico para mantenerse vivos, lo que los erosiona, destruyendo su potencial de lograr rendimientos. Entre 1992 y 2003, el uso de fertilizantes aumentó 3% anual en la región AsiaPacífico, mientras que el rendimiento del principal cultivo al cual se aplicaron, el arroz, sólo creció un 0.7% anual. En el contexto actual de ajustadas existencias de alimentos, la pequeña camarilla de empresas que controlan el mercado mundial de fertilizantes puede cobrar lo que quiera —y eso es exactamente lo que hace. Las ganancias de Mosaic Corporation, empresa de Cargill que controla gran parte de la oferta de potasa y fosfato, aumentaron más del doble el año pasado. La mayor empresa productora de potasa del mundo, Potash Crop, de Canadá, ganó más de mil millones de dólares, lo que equivale a más de 70% con relación a 2006. Enfrentados al pánico de la crisis mundial, los gobiernos deseperan por aumentar sus cosechas, con lo cual le dan a esas empresas la potestad de subir sus precios. En abril de 2008, la filial comercial dislocada de Mosaic y Potash aumentó los precios de la potasa en 40% para los compradores del sudeste asiático y en 85% para los de América Latina. India tuvo que pagar 130% más que el año pasado. China se llevó la peor parte, fustigada con un alza de un 227% en su cuenta de fertilizantes con respecto al año anterior.
Si bien es desmedido el lucro con los fertilizantes, para Cargill es tan sólo un negocio secundario. Sus mayores ganancias provienen del comercio mundial de exportaciones agrícolas, que monopoliza junto con algunas otras empresas gigantes. En abril, Cargill anunció que las ganancias que obtuvo por dichas exportaciones en el primer trimestre de 2008 aumentaron 86% con respecto al mismo periodo el año anterior. Greg Page, presidente de Cargill y uno de sus principales ejecutivos declaró: “Los aumentos de los precios están alcanzando nuevas marcas y los mercados son volátiles en extremo”.
Con su posición casi monopólica y un equipo mundial de analistas, Cargill tiene las dimensiones de un organismo de las Naciones Unidas. En realidad, todos los grandes comerciantes de granos están logrando ganancias récord. Bunge, otro gigante de los alimentos, tuvo en el último trimestre fiscal de 2007 un aumento en sus ganancias de 245 millones de dólares, o 77%, con respecto al mismo periodo el año anterior. adm, el segundo mayor comerciante de granos del mundo, logró aumentar 65% en sus ganancias de 2007, llegando a un récord de 2200 millones de dólares.
Charoen Pokphand Foods, de Tailandia, importante empresa asiática anuncia este año un aumento impresionante de sus ingresos, que calcula en 237%.
Las grandes procesadoras mundiales de alimentos, algunas de las cuales comercializan, también se llenan los bolsillos. Las ventas mundiales de Nestlé crecieron 7% el año pasado. “Lo vimos venir, así que nos protegimos comprando materias primas por anticipado”, dice FrançoisXavier Perroud, vocero de Nestlé. Los márgenes suben también en Unilever. “Las presiones aumentan radicalmente, pero logramos compensarlas con medidas en los precios adoptadas oportunamente”, dice Patrick Cescau, del Directorio de Unilever. “No sacrificaremos nuestros márgenes ni nuestra participación en el mercado”. Las empresas de alimentos no parecen sacar su tajada a costa de las grandes empresas de venta al público. El rey de los supermercados del Reino Unido, Tesco, aumentó sus ganancias 12.3% con respecto al año anterior. Otros grandes almacenes, como Carrefour de Francia y WalMart de Estados Unidos, dicen que las ventas de alimentos son el principal factor que incrementa sus ganancias.
La división mexicana de WalMart, WalMex, que maneja un tercio del total de ventas de alimentos en México, informó de un aumento del 11% en sus ganancias para el primer trimestre de 2008, mientras la gente hace manifestaciones callejeras porque ya no puede costearse las tortillas.
Casi todos las empresas de la cadena mundial de alimentos están ganando una fortuna con la crisis. A las compañías de semillas y agroquímicos también les va bien. Monsanto, la mayor semillera del mundo, declaró que sus ganancias aumentaron 44% en 2007 con respecto al año anterior. DuPont, la segunda semillera mundial, aumentó sus ganancias por la venta de semillas en 2007 19% con relación a 2006, mientras Syngenta, la empresa número uno en plaguicidas y número tres de semillas, obtuvo 28% más de ganancias en el primer trimestre de 2008.
Esos récords no tienen nada que ver con algún valor nuevo que produzcan esas empresas ni son ganancias inesperadas recibidas de algún brusco cambio de la oferta y la demanda. Reflejan el poder extremo que las intermediarias han acumulado con la globalización del sistema alimentario. Íntimamente vinculadas con la formulación de las normas de comercio que rigen el sistema alimentario actual y con un estrecho control de los mercados y los complejos sistemas financieros con los que opera el comercio mundial, tales empresas están en la perfecta posición para convertir la escasez de alimentos en pingües ganancias. La gente tiene que comer, cueste lo que cueste.
La imperiosa necesidad de cambiar las políticas. El trasfondo de esta perversión del mercado de alimentos es el sistema financiero mundial, que hoy se tambalea en su endeble eje. Lo que en 2007 comenzó como crisis localizada de préstamos hipotecarios en Estados Unidos, se manifiesta ahora tan fuerte que tomamos conciencia de que la economía mundial vive con base en una deuda que nadie puede pagar. Mientras los banqueros y los ejecutivos del más alto nivel improvisan parches para revertir la desconfianza, el sistema está en bancarrota y nadie en el poder parece querer asumirlo. Ni el fmi, ni el Banco Mundial, ni los líderes de las naciones más poderosas.
Ya van muchos años que una élite ideológica obligó a nuestros países a abrir sus mercados y dejar que rija el libre mercado, para que unas cuantas megaempresas, los inversionistas y especuladores, hagan mucho, mucho dinero. Al causar tantos estragos en el centro mismo de nuestras necesidades más básicas —alimentarnos—, el neoliberalismo, promotor de la corrupción galopante que azota los sistemas comerciales, pierde toda legitimidad. Lo más aberrante es que, como solución a la crisis alimentaria, muchos de sus ideólogos comienzan a reclamar mayor liberalización del comercio, y llegan a proponer que se cambien las normas de la omc para impedir que los países restrinjan las exportaciones de alimentos.
El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, intentó convencer al mundo con su exhortación a un “Nuevo Acuerdo” para resolver la crisis alimentaria. Pero el sonsonete de sus relaciones públicas, replicado con entusiasmo por otros organismos representa más liberalización del comercio, más tecnología y más “ayuda”. La crisis alimentaria actual es producto directo de años de esas políticas, y ya debemos erradicarlas.
Es necesario aplicar medidas inmediatas para bajar los precios de los alimentos y hacer que éstos lleguen a quienes los necesitan. Es imperioso dar un giro radical en la política agrícola para que los campesinos de todo el mundo tengan acceso a la tierra y puedan vivir de ella. Necesitamos políticas que apoyen y protejan a los agricultores, pescadores y otros sectores que producen alimentos para sus familias, para los mercados locales y para la gente de las ciudades, en lugar de un abstracto mercado internacional de productos agrícolas y un minúsculo clan de ejecutivos de empresas. Hay que fortalecer y promover el uso de tecnologías y saberes bajo el control de quienes saben cómo hacer crecer los alimentos: las comunidades locales. Necesitamos soberanía alimentaria ya, una definida y dirigida por los propios campesinos y agricultores en pequeño y los pescadores.
En todo el mundo hay movimientos sociales que desde siempre luchan por promover ese cambio de estrategia, pero no se les escucha y se les califica de obsoletos (cuando no son reprimidos violentamente) por quienes detentan el poder. Las organizaciones campesinas tienen propuestas concretas de lo que se requiere para resolver la crisis en sus países y los gobiernos deberían escuchar lo que proponen. Algunos gobiernos ya trabajan en la reformulación de sus políticas agrícolas hacia la autosuficiencia. Otros comienzan a cuestionar el argumento fundamental de impulsar una mayor libertad de comercio. Los especuladores que están en el vértice de la pirámide de la política alimentaria mundial ya perdieron su credibilidad. Es hora de que salgan del camino para que las visiones de soberanía alimentaria y reforma agraria, que surgen de la gente común, nos saquen de este lío infernal.
Versión abreviada del texto de GRAIN, “El negocio de matar de hambre”. Su versión completa, con tablas, citas y referencias puede hallarse en
http://www.grain.org/articles/?id=40. También: http://www.grain.org/videos/?id=188 y http://www.grain.org/go/crisis-alimentaria

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Manifiesto del Centro de Estudios Rurales y de Agricultura Internacional ante la actual crisis alimentaria

Desde el año 2007, se ha desatado a escala planetaria lo que ya se conoce como crisis alimentaria. Una crisis que algunos achacan al incremento de la población mundial. Otros a los niveles de desarrollo y el cambio de modelo alimentario de países emergentes. Y por último hay quienes creen que la causa está en la utilización de materias primas agrarias para la generación de agrocombustibles.
Pero son pocos los que niegan que tras esta crisis se esconda una impresionante concentración del poder alimentario en manos de unas pocas y grandes empresas multinacionales que han convertido los alimentos, no en un derecho básico de la persona, sino en simples mercaderías. Esa concentración se ha agravado a través del control de las materias primas en la producción, el comercio y más recientemente a través del control de las semillas y de la biotecnología.
El panorama actual ha desatado un ascenso galopante de los precios agrícolas lo que ha agravado la crisis campesina incrementando la desertización, el despoblamiento rural y la desestructuración campesina. Ello ha elevado los precios de las tierras, impidiendo el acceso de los jóvenes a la agricultura. Por ejemplo el incremento medio de precios de la tierra en España durante 2007 ha sido del 6,4 por ciento en términos corrientes, alcanzándose un valor medio de 11.070 euros por hectárea, manteniéndose la tendencia alcista de los años anteriores. La concentración de la propiedad y la estandarización de cultivos han aportado además un nuevo problema añadido como es la pérdida de biodiversidad y la generación de nuevos desequilibrios en los ecosistemas.
Esta situación se enmarca dentro de una crisis más generalizada, que se identifica como una crisis de gobernanza y de liderazgo de los Estados Unidos, sometido a las presiones de los lobbies monopolísticos, que sujetan el flujo de alimentos a los vaivenes de las políticas internacionales y sus ajustes monetarios.
Los habitantes rurales y los pequeños campesinos se sienten excluidos de un proceso de globalización que se caracteriza por un poder cada vez más concentrado, tanto en el ámbito minorista (las ventas de las 10 principales empresas minoristas aumentaron un 40% entre 2004 y 2006), como en el de suministro de insumos (las tres compañías agroquímicas principales, Bayer, CropScience Syngenta y Basf controlan más del 50% del mercado global).
La actual crisis energética, protagonista internacional en los últimos tiempos de los medios de comunicación, ha legitimado el uso de los agrocombustibles. Este hecho ha permitido emplear alimentos como materia prima para la producción de combustible. Las decisiones de las grandes empresas de la alimentación se han fusionado con los intereses de las empresas financieras de la energía.
Amplias zonas del mundo son orientadas hacia nuevas producciones agroenergéticas como “nueva fuente de negocio”, originando fuertes desequilibrios en las zonas rurales, enterrando culturas con mucha celeridad y convirtiendo dichas áreas en agroexportadoras. Esto redunda en una creciente pérdida de la agricultura campesina y de las poblaciones locales. Además agrava el problema de las emisiones de gas invernadero, acelera el cambio climático y reduce drásticamente la biodiversidad.
Nos unimos pues al conjunto de declaraciones y acciones de numerosas organizaciones que critican las acciones neoliberales de unos gobiernos que además intentan afirmar que nada pueden hacer ante las llamadas “fuerzas ciegas” del mercado.
Aprobamos cuantas medidas se emprendan para el desarrollo de una agricultura sostenible a escala local, en el marco de un modelo social y justo con los productores, con un uso eficiente y de apoyo a la biodiversidad.
Defender la SOBERANÍA ALIMENTARIA, no trasladar los esquemas industriales a las producciones de alimentos y ejercer un control democrático sobre el poder de los monopolios, son hoy medidas mínimamente racionales de cualquier gobierno avanzado.
Por todo lo anterior, es necesaria la movilización de la sociedad para exigir a los gobiernos la toma de acciones inmediatas para afrontar a la crisis alimentaria y defender un nuevo modelo basado en el fortalecimiento de la agricultura campesina y la valorización de los recursos locales.
PARA ELLO, LLAMAMOS A LOS GOBIERNOS A:

- poner freno a los movimientos especulativos de alimentos a través de un papel más activo en la estabilización de precios, la regulación y la gestión de los mercados.

- promover la puesta en práctica de redes de seguridad y sistemas públicos de distribución de alimentos para las poblaciones más vulnerables

- Favorecer la producción de alimentos para el consumo local limitando el uso y la expansión de tierras destinadas a cultivos energéticos u otros cultivos de renta.

- fortalecer la organización de los agricultores para valorizar sus productos, diversificar sus fuentes de ingreso y hacer frente a la dramática concentración de la industria y la distribución.

- poner coto a la desigualdad de distribución de los beneficios en las cadenas de valor que perjudican a la agricultura campesina en favor de las grandes empresas.

- excluir a los alimentos de las reglas de liberalización del comercio promovidas en el seno de la OMC.

- trabajar por un sistema de gobernanza internacional con objetivos centrados en el desarrollo, con énfasis en la soberanía alimentaria y una adecuada representación de las agriculturas campesinas y de las zonas rurales más empobrecidas.

- regular la pesca marina, en beneficio de una gestión sostenible de los recursos.

- apoyar a los jóvenes para su plena incorporación en la agricultura, ganadería y pesca y el hábitat en el medio rural.- defender al medio rural como un patrimonio de toda la sociedad, pero apoyando a la población rural, desde un enfoque participativo.

- fomentar la agroecología y la cooperación internacional.- incrementar la inversión pública en formación y transferencia de tecnología al servicio de los intereses de los habitantes rurales y los pequeños campesinos.

- favorecer los programas de lucha contra el hambre y sensibilizar a la sociedad acerca de su necesidad.